sábado, 28 de marzo de 2009

Anécdota pirañesca-policiaca

Hoy descubrí que soy alérgico a cualquier individuo uniformado que diga llamarse policía, aunque anteriormente presentaba ya los síntomas de alerta ante tal enfermedad social.

La incorporación al periférico desde el centro comercial Gran Sur me confirmó lo sospechado. Ni un minuto había pasado de mi salida del supermercado cuando un sujeto con banda verde en el hombro me pidió orillarme. El cinturón de seguridad no abrazaba mi cuerpo y ese detalle fue suficiente para ver la pirañesca sonrisa del tipo en cuestión. Y antes de meterme en problemas legales por aquello de la multa o mi arrastre al corralón, pensé más bien en llamar a mi hermano para que acudiera en mi ayuda, ya que un veterinario funcionaría mejor por el inevitable miedo de ser mordido por el canino “señor justicia”.

Luego, lo típico: que si mi licencia y tarjeta de circulación, el bla-bla-bla del librito para la infracción, y los cinco días de salario mínimo para cubrir mi falta. Por un momento olvidé que un policía es como los papás que supuestamente están de vacaciones mientras haces de tu habitación el mejor pretexto para compartir con tu pareja: te caen cuando menos lo esperas.

Aunado a lo anterior, mi poca paciencia y tolerancia ante la amabilidad policiaca y sus mágicos argumentos para sacarte dinero hicieron que mi papá fungiera como mediador entre un tipo cuya epidermis comenzaba a tomar tintes al estilo Hulk (yo) y una pared cuya naturaleza es la de nunca entender motivos racionales (policía).

“¿Tienes multas previas?”, me preguntó el sujeto, a lo que respondí: “Negativo señor, negativo” —debía hablar el mismo idioma—, para luego, como haciéndome el favor, me dijo que lo revisaría a ver si me daba una oportunidad. Al menos le debo un deseo no cumplido en mi infancia a aquel poli, porque nunca fui al programa de Chabelo pero en esta ocasión me sentí como en la catafixia gracias a su detallazo. Para entonces ya me salía fuego por la boca a cinco metros de su patrulla y recordé 50 madres por minuto, récord personal jamás imaginado.

Asumo pues mi responsabilidad del cinturón de seguridad, pero lo patético es la manera en que los policías manejan el asunto. El que me tocó mencionó tajantemente que la infracción procedía, y más aún porque a él se la pedían. Después, al esperar de regreso mi licencia, observé pasar al menos a tres conductores sin el cinturón colocado y se lo hice ver, pero con una sonrisa de cállate-o-te-chingo-más dijo que no podía estar en todos lados, pero su compañero estaba tomando el sol en el mismo lugar que a mí me paró y sin mover un solo dedo (sin mencionar el que me topé hace unos días en el sur de la ciudad que conducía mientras hablaba por celular), ¿entonces de qué se trata?

Minutos antes de mi sublime experiencia había circulado afuera del estadio Azteca y veía al menos a 15 revendedores haciendo de las suyas mientras un grupo de policías observaba (y otros más platicaban con ellos). ¿Esa es la gente que nos cuida de lo que supuestamente está fuera de la ley? Pero claro, apenas te subas al auto y avances 20 metros sin el cinturón de seguridad, las pirañas ya tienen afilados los dientes, y pídeles una dosis de flexibilidad… ja, ja, ja, qué inocente me escuché, creo que tengo mejor comunicación con los muros de mi casa.

¿Cuidarte del que debe cuidar tu seguridad? Sólo en México pasa. Deberíamos estar orgullosos de eso, no en todos los países sucede (ni en los de primer mundo). Propongo pues que se descontinúe socialmente la idea del “viejo del costal” para asustar a los niños que se portan mal. Ahora deberá llamarse “el viejo de la patrulla” o “el policía del costal”… si de chavito me hubieran espantado con eso, seguramente ahorita tendría un severo trauma.

En fin, así se vive en esta ciudad —dicen—, aunque mi hipótesis apunta más bien a que existen muchas especies en peligro de extinción pero, muy a nuestro pesar, una se expande como gremlins a los que les cae agua: la policía. Por favor llamen a Green Peace para promover un control de tan afamadas celebridades. Salvemos a las focas y a las ballenas… ¿pero quién nos salvará de este plaga? Y no pensemos en El Chapulín Colorado porque está de vacaciones y, sin ser pesimista para asuntos de esta magnitud, no contamos con su astucia.

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