Ya me lo había propuesto. Desde aquella primera experiencia prometí volver a repetirlo porque el placer de practicarlo me dejó un grato sabor de boca, y luego de unos días de espera, el momento llegó.
La noche previa fue un poco larga, sin embargo, cuando la mañana apareció, todo estaba listo. Me apresuré y salí en tu búsqueda. No podía esperar más. Las ansias por hacerlo me consumían minuto a minuto. Llegué al lugar acordado y te observé. El horizonte comenzó a tomar tintes de claridad y el sol se asomaba tímido. Para esos instantes las palabras sobraban y el deseo invadió mi cuerpo. Entonces llegó la hora... todo comenzó.
Ligeros movimientos de cadera y brazos se acentuaron conforme los segundos transcurrían. El reloj seguía su marcha y algunas gotas de sudor rodaron por mi frente. Recorrí tu geografía hasta el último centímetro. Continué con calma y me abalancé sobre cada una de tus curvas. Subí, bajé y me agité por momentos. Recuerdo también algún quejido que escapó de mi boca y el gesto de cansancio reflejado por instantes en mi rostro.
Pensé detenerme pero sabía que no podía. La respiración subía de intensidad y el esfuerzo crecía al paso de los minutos. Entonces cambié de posición. Debía tomar otra postura si deseaba llegar a mi objetivo, así que encorvé un poco el cuerpo, apreté los brazos y me concentré en mis movimientos.
El ritmo se aceleró. “Dos horas y sigo aquí”, me dije. Era el momento de acabar con esto. Los quejidos subieron de tono y llegué al límite cardiaco. Era la hora del clímax. Sonreí y levanté los brazos... había llegado a la meta.
Día 15 del sexto mes. Carrera del Día del Padre, 21 kilómetros. Magnífica experiencia. El próximo año nuevamente ahí estaré.
La noche previa fue un poco larga, sin embargo, cuando la mañana apareció, todo estaba listo. Me apresuré y salí en tu búsqueda. No podía esperar más. Las ansias por hacerlo me consumían minuto a minuto. Llegué al lugar acordado y te observé. El horizonte comenzó a tomar tintes de claridad y el sol se asomaba tímido. Para esos instantes las palabras sobraban y el deseo invadió mi cuerpo. Entonces llegó la hora... todo comenzó.
Ligeros movimientos de cadera y brazos se acentuaron conforme los segundos transcurrían. El reloj seguía su marcha y algunas gotas de sudor rodaron por mi frente. Recorrí tu geografía hasta el último centímetro. Continué con calma y me abalancé sobre cada una de tus curvas. Subí, bajé y me agité por momentos. Recuerdo también algún quejido que escapó de mi boca y el gesto de cansancio reflejado por instantes en mi rostro.
Pensé detenerme pero sabía que no podía. La respiración subía de intensidad y el esfuerzo crecía al paso de los minutos. Entonces cambié de posición. Debía tomar otra postura si deseaba llegar a mi objetivo, así que encorvé un poco el cuerpo, apreté los brazos y me concentré en mis movimientos.
El ritmo se aceleró. “Dos horas y sigo aquí”, me dije. Era el momento de acabar con esto. Los quejidos subieron de tono y llegué al límite cardiaco. Era la hora del clímax. Sonreí y levanté los brazos... había llegado a la meta.
Día 15 del sexto mes. Carrera del Día del Padre, 21 kilómetros. Magnífica experiencia. El próximo año nuevamente ahí estaré.
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