martes, 24 de junio de 2008

Mi segunda vez

Ya me lo había propuesto. Desde aquella primera experiencia prometí volver a repetirlo porque el placer de practicarlo me dejó un grato sabor de boca, y luego de unos días de espera, el momento llegó.

La noche previa fue un poco larga, sin embargo, cuando la mañana apareció, todo estaba listo. Me apresuré y salí en tu búsqueda. No podía esperar más. Las ansias por hacerlo me consumían minuto a minuto. Llegué al lugar acordado y te observé. El horizonte comenzó a tomar tintes de claridad y el sol se asomaba tímido. Para esos instantes las palabras sobraban y el deseo invadió mi cuerpo. Entonces llegó la hora... todo comenzó.

Ligeros movimientos de cadera y brazos se acentuaron conforme los segundos transcurrían. El reloj seguía su marcha y algunas gotas de sudor rodaron por mi frente. Recorrí tu geografía hasta el último centímetro. Continué con calma y me abalancé sobre cada una de tus curvas. Subí, bajé y me agité por momentos. Recuerdo también algún quejido que escapó de mi boca y el gesto de cansancio reflejado por instantes en mi rostro.

Pensé detenerme pero sabía que no podía. La respiración subía de intensidad y el esfuerzo crecía al paso de los minutos. Entonces cambié de posición. Debía tomar otra postura si deseaba llegar a mi objetivo, así que encorvé un poco el cuerpo, apreté los brazos y me concentré en mis movimientos.

El ritmo se aceleró. “Dos horas y sigo aquí”, me dije. Era el momento de acabar con esto. Los quejidos subieron de tono y llegué al límite cardiaco. Era la hora del clímax. Sonreí y levanté los brazos... había llegado a la meta.

Día 15 del sexto mes. Carrera del Día del Padre, 21 kilómetros. Magnífica experiencia. El próximo año nuevamente ahí estaré.

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