Hace algunos meses varios carcajeamos cuando nos contaron el chiste del mandamás gringo que recibiría el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, al ver la seriedad del asunto, hubo dos noticias: la mala, que resultó ser verdad; y la más mala, que el reconocimiento se le otorgó a un personaje cuya postura es a favor de la guerra. “Debió ser un lapsus brutus de quien lo nominó, y sobre todo, de quien lo designó. Seguramente no vuelve a suceder”, me dije… y el iluso de yo siguió su camino.
Pues resulta que en las recientes ternas para recibir el galardón en 2010 apareció el pacífico, ejemplar, comprensible y humanista “internet”. Así como lo lee. Un objeto inanimado es candidato para llevarse la estatuilla cuyo valor, al parecer, se va depreciando día con día. Sin duda Alfred Nobel volvería a morir si supiera en lo que se ha convertido su última voluntad antes de partir del mundo terrenal.
Pero demos el beneficio de la duda a la versión italiana de la revista Wired, la cual propuso al ciber-candidato bajo el argumento de que la telaraña mundial "es una herramienta que permite el diálogo avanzado, el debate y el consenso a través de la comunicación". ¿Apoco no es digno de ganarse el merecido premio? ¿Y qué hay de las miles de páginas con contenido poco o nada apto para la sociedad? Mejor sería olvidar ese detalle, no vaya a ser que empañe la visión de los jueces a la hora buena.
Imaginemos pues que el internet se lleva los honores, entonces surgen varias dudas: ¿quién recogería el Premio? ¿Acaso el mouse pelearía con el teclado y el monitor para subir al escenario a recibir los aplausos? ¿Y si de la emoción hay lágrimas y provocan un corto circuito? ¿La memoria USB se pondría celosa por no haber sido invitada al evento y armaría un complot cibernético? ¿Y si se cae el sistema? ¿Quién trasmitiría la alfombra roja en tiempo real si el mismo internet está ocupado firmando autógrafos ahí mismo?
Empiezo a imaginar el cuadro de honor con sus mejores representantes: Madre Teresa de Calcuta, Rigoberta Menchú, Nelson Mandela, Kofi Annan, Barack Obama y Mr. Internet. ¿Qué sigue? ¿El Nobel de literatura al Libro Vaquero? ¿El de química a la jeringa que aplicó la vacuna contra la influenza en el Metro Balderas? ¿El de economía a mi alcancía en forma de cochinito?
Mejor vayamos preparando nuestras apuestas, porque ni los premios TV y Novelas se ponen tan interesantes. ¿O será que tal vez nos hemos convencido de que nuestros “líderes” ya no sirven ni para los chistes malos y mejor depositaremos nuestra confianza en objetos de uso cotidiano? Quizás éstos últimos tengan más valor y funcionen mejor. Bien valdría la pena el análisis.
Pues resulta que en las recientes ternas para recibir el galardón en 2010 apareció el pacífico, ejemplar, comprensible y humanista “internet”. Así como lo lee. Un objeto inanimado es candidato para llevarse la estatuilla cuyo valor, al parecer, se va depreciando día con día. Sin duda Alfred Nobel volvería a morir si supiera en lo que se ha convertido su última voluntad antes de partir del mundo terrenal.
Pero demos el beneficio de la duda a la versión italiana de la revista Wired, la cual propuso al ciber-candidato bajo el argumento de que la telaraña mundial "es una herramienta que permite el diálogo avanzado, el debate y el consenso a través de la comunicación". ¿Apoco no es digno de ganarse el merecido premio? ¿Y qué hay de las miles de páginas con contenido poco o nada apto para la sociedad? Mejor sería olvidar ese detalle, no vaya a ser que empañe la visión de los jueces a la hora buena.
Imaginemos pues que el internet se lleva los honores, entonces surgen varias dudas: ¿quién recogería el Premio? ¿Acaso el mouse pelearía con el teclado y el monitor para subir al escenario a recibir los aplausos? ¿Y si de la emoción hay lágrimas y provocan un corto circuito? ¿La memoria USB se pondría celosa por no haber sido invitada al evento y armaría un complot cibernético? ¿Y si se cae el sistema? ¿Quién trasmitiría la alfombra roja en tiempo real si el mismo internet está ocupado firmando autógrafos ahí mismo?
Empiezo a imaginar el cuadro de honor con sus mejores representantes: Madre Teresa de Calcuta, Rigoberta Menchú, Nelson Mandela, Kofi Annan, Barack Obama y Mr. Internet. ¿Qué sigue? ¿El Nobel de literatura al Libro Vaquero? ¿El de química a la jeringa que aplicó la vacuna contra la influenza en el Metro Balderas? ¿El de economía a mi alcancía en forma de cochinito?
Mejor vayamos preparando nuestras apuestas, porque ni los premios TV y Novelas se ponen tan interesantes. ¿O será que tal vez nos hemos convencido de que nuestros “líderes” ya no sirven ni para los chistes malos y mejor depositaremos nuestra confianza en objetos de uso cotidiano? Quizás éstos últimos tengan más valor y funcionen mejor. Bien valdría la pena el análisis.
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