Nada tan
desafiante como tus labios.
Nada tan
inquietante como tu ausencia.
De
aquel piano brotaban melódicas notas improvisadas por su autor sentado al
frente, en un banco de madera envuelto por terciopelo rojo. En el lugar,
algunas luces discretas puestas sobre cada mesa iluminaban el ambiente saturado
de insomnio e historias prohibidas.
En un rincón, Alex agitaba su copa y tomaba
sorbos de vino que vertía de una botella casi vacía. Llevaba tiempo ahí, acudiendo
desde hacía años y escuchando al pianista que era incapaz de repetir una sola
pieza de su repertorio.
A pocos metros de él, justo en la barra,
una silueta llamó su atención: cabello negro que apenas bordeaba unos redondeados
hombros, espalda recta y delimitada por una blusa blanca con un toque de
transparencia, cintura que rozaba la perfección, piernas dibujadas bajo una ajustada
falda negra y tacones que realzaban el efecto electrizante que provocaba en quien
observara a aquella mujer.
En un instante, al percatarse de que
ella también lo miraba a través del espejo colocado en la pared de la barra, se
levantó de su lugar para acercarse a ella.
—No duermo con
desconocidos y menos esta noche —dijo ella al ver que se sentaba discretamente a
su lado.
—¿Y qué tiene de
especial esta noche?
—La ruptura —respondió
levantando su copa—, pero no como preludio que antecede a la calamidad, sino
como un reencuentro con la libertad.
—Vaya, hasta que
escucho un auténtico motivo para brindar —dijo él mientras hacía un ademán para pedir otro
trago.
—¿A ti qué te
trae por aquí? ¿Llegó la etapa en que dormir se vuelve un reto?
—Nada en
especial, sólo encontrar un refugio de la locura cotidiana.
—Vaya, hasta que
escucho un extraño motivo para brindar —dijo ella mirándolo a los ojos y lanzándole
apenas una tímida sonrisa.
—No te había
visto antes, supongo que tu visita es fugaz o quizá mi memoria es muy limitada.
—Ocasional por
esta vez. Pasaba por el lugar y me detuve; la escasez de luces y parafernalia llamaron
mi atención. Soy alérgica al exceso de ruido y este sitio parecía íntimo y
discreto; creo que no me equivoqué.
—Así es, aquí
abundan historias en silencio únicamente abrazadas por notas musicales y luces
tenues; es buen sitio para escapar o para encontrarse…
—Escucha, ese tema es inigualable —interrumpió
abruptamente luego de escuchar las primeras notas provenientes de aquel rincón.
¿Acaso no se te hace conocido? El señor Fisher nos honra con su presencia esta
noche.
La madrugada se
extendía y en medio de una prolongada charla, ambos parecían compartir la extraña
afinidad del primer encuentro entre dos desconocidos, las risas sin
cuestionamientos y las miradas cómplices.
—¿Podrá
repetirse el momento? —cuestionó Alex al ver que ella colocaba su copa vacía
sobre la barra y se alistaba para marcharse.
—No sé, es más
cuestión del destino y menos mía.
—Pero a veces el
destino se equivoca, ¿no crees?
—Tal vez. La
vida es tan sorprendente, que si de algo podemos estar seguros es de que no hay
nada seguro —dijo mientras escribía sobre un papel para después doblarlo y colocarlo
en la bolsa de su camisa.
Sobre la barra puso dinero para pagar, se levantó, tomó su saco negro y se dirigió a la
salida. Afuera, la lluvia y un ambiente gélido comenzaban a inundar la
madrugada; él trató de acompañarla pero ella lo detuvo: “no te preocupes,
conozco el camino de regreso”, le dijo al oído en voz baja.
Él volteó sobre
su hombro y la vio retirarse. Después de unos segundos, a través de la ventana
finalmente no la observó más; la última imagen que tuvo de ella fue la de su
auto que aceleraba y desaparecía entre la lluvia.
De su bolsillo
sacó el papel y al desdoblarlo encontró lo que parecía ser un número telefónico,
sin embargo, notó que estaba incompleto. Al poner especial atención en la parte
inferior, apenas legible, también descubrió una breve frase: “Admiro mucho la
sencillez de los detalles, especialmente aquellos de color rojo. EME”.
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