“El amor es un invento publicitario”, leí en un cartel que anuncia el próximo estreno de una película mexicana, y que cae como anillo al dedo en víspera del famoso día de San Valentín. Aunado a ello, escuchaba hace un rato la canción de Queen que da título a este post y entretejí ideas para terminar aquí escribiendo.
Pues bien, en este instante mi memoria revive una anécdota sucedida hace casi 10 años en mi etapa puberta del bachillerato, cuando una amiga me rogó una hora para que le comprara un globo afuera de la escuela y yo jamás accedí a su petición. ¿Gandalla, mala onda o simplemente acertado al negarme al consumismo de la fecha? La cuestión es que me hizo gestos porque las demás sí tenían regalo y, de mi parte, no sería así (bonita forma de expresar el sentimiento). Al día siguiente ambos continuamos nuestra vida cotidiana y el globero nunca más se apareció por las aulas.
¿De qué se trata realmente la fecha entonces? Ya he visto anuncios, carteles y demás publicidad en los centros comerciales que invitan a decir “te quiero” con algo relacionado al signo de pesos (y mientras más alta la suma pagada, “mejor”). ¿Ese es el verdadero valor del día? Pues lamento decir que toda esta faramalla vestida de rojo no se asemeja en nada con el origen del día en el calendario.
Cuenta la historia que en Roma, allá por el año 270, el emperador Claudio II prohibió matrimoniarse a los jóvenes porque, según él, a la hora buena de los cocolazos en la guerra estarían pensando en su familia y no precisamente en darle en la torre al enemigo. Surge aquí la figura de un sacerdote llamado Valentín, a quien no le pareció el decreto y entonces comenzó a casar parejas en secreto. Pero cual si fuera chisme en programa televisivo, el jefe romano se enteró y sentenció a muerte al “cupido moderno”.
Encerrado el sacerdote, y mientras esperaba la hora final, Asterio, el carcelero, le presentó a su hija Julia (quien era invidente de nacimiento) para que el letrado Valentín le enseñara. No obstante, el encargado de vigilarlo lo ridiculizó y le dijo que si en verdad era muy ducho, le devolviera la vista a la niña… para su asombro, el milagro se hizo, aunque nuestro buen héroe no se salvó de morir justamente en un 14 de febrero. Y antes de que el destino lo alcanzara, le escribió una carta a su alumna, la cual firmó: “de tu Valentín”.
Ahora traslademos la historia al siglo XXI. ¿Vemos acaso que Valentín le regaló a Julia un CD con los éxitos del momento o un oso de peluche antes de pararse en el patíbulo? ¿O que su último deseo fue vestirse formalón, perfumarse, comprarle flores, una tarjeta e invitarla al cine? Más bien, según la analogía con lo realmente sucedido, las cartas serían lo más cercano al origen de la fecha. Pero qué flojera pensar en el ser amado para echarse un buen rollo verbal amoroso, si con una lana se resuelve el asunto. Además sólo es un día para derramar miel... ¿y al siguiente?
Total, que los restos de nuestro buen personaje están descansando en una ciudad italiana mientras varios siglos después las tiendas tal vez no estén enteradas ni de su verdadero legado. Ah pero eso sí, todos a vender y vender. Hoy eso de casarse en secreto ya no es tan secreto, así que Valentín sería un desempleado más en este país, incluso las cartas están casi extintas porque el e-mail les ha jugado una mala partida.
Pero tampoco podemos negar al amor como un pretexto más para negociar. Luego, a uno que le gusta decir cosas a través de la escritura lo tachan de arcaico y pasado de moda, pues consumir es lo de hoy. Entonces me pregunto: ¿por qué no consumir palabras, frases y secretos plasmados en un papel? No, qué aburrido, al diablo con la creatividad, mejor hay que ver la última película hollywoodense con la historia del “... y vivieron felices por siempre”, aunque ese “siempre” caduque en poco tiempo.
Un globo, un CD, un peluche, una tarjeta... qué más da, muchas veces se trata sólo de disfraces para exteriorizar un sentimiento, aunque interiormente esté plagado de un vacío que, sin saber la explicación, nos hace suspirar... ¡Ah, esa pequeña cosa loca llamada amor!
Pues bien, en este instante mi memoria revive una anécdota sucedida hace casi 10 años en mi etapa puberta del bachillerato, cuando una amiga me rogó una hora para que le comprara un globo afuera de la escuela y yo jamás accedí a su petición. ¿Gandalla, mala onda o simplemente acertado al negarme al consumismo de la fecha? La cuestión es que me hizo gestos porque las demás sí tenían regalo y, de mi parte, no sería así (bonita forma de expresar el sentimiento). Al día siguiente ambos continuamos nuestra vida cotidiana y el globero nunca más se apareció por las aulas.
¿De qué se trata realmente la fecha entonces? Ya he visto anuncios, carteles y demás publicidad en los centros comerciales que invitan a decir “te quiero” con algo relacionado al signo de pesos (y mientras más alta la suma pagada, “mejor”). ¿Ese es el verdadero valor del día? Pues lamento decir que toda esta faramalla vestida de rojo no se asemeja en nada con el origen del día en el calendario.
Cuenta la historia que en Roma, allá por el año 270, el emperador Claudio II prohibió matrimoniarse a los jóvenes porque, según él, a la hora buena de los cocolazos en la guerra estarían pensando en su familia y no precisamente en darle en la torre al enemigo. Surge aquí la figura de un sacerdote llamado Valentín, a quien no le pareció el decreto y entonces comenzó a casar parejas en secreto. Pero cual si fuera chisme en programa televisivo, el jefe romano se enteró y sentenció a muerte al “cupido moderno”.
Encerrado el sacerdote, y mientras esperaba la hora final, Asterio, el carcelero, le presentó a su hija Julia (quien era invidente de nacimiento) para que el letrado Valentín le enseñara. No obstante, el encargado de vigilarlo lo ridiculizó y le dijo que si en verdad era muy ducho, le devolviera la vista a la niña… para su asombro, el milagro se hizo, aunque nuestro buen héroe no se salvó de morir justamente en un 14 de febrero. Y antes de que el destino lo alcanzara, le escribió una carta a su alumna, la cual firmó: “de tu Valentín”.
Ahora traslademos la historia al siglo XXI. ¿Vemos acaso que Valentín le regaló a Julia un CD con los éxitos del momento o un oso de peluche antes de pararse en el patíbulo? ¿O que su último deseo fue vestirse formalón, perfumarse, comprarle flores, una tarjeta e invitarla al cine? Más bien, según la analogía con lo realmente sucedido, las cartas serían lo más cercano al origen de la fecha. Pero qué flojera pensar en el ser amado para echarse un buen rollo verbal amoroso, si con una lana se resuelve el asunto. Además sólo es un día para derramar miel... ¿y al siguiente?
Total, que los restos de nuestro buen personaje están descansando en una ciudad italiana mientras varios siglos después las tiendas tal vez no estén enteradas ni de su verdadero legado. Ah pero eso sí, todos a vender y vender. Hoy eso de casarse en secreto ya no es tan secreto, así que Valentín sería un desempleado más en este país, incluso las cartas están casi extintas porque el e-mail les ha jugado una mala partida.
Pero tampoco podemos negar al amor como un pretexto más para negociar. Luego, a uno que le gusta decir cosas a través de la escritura lo tachan de arcaico y pasado de moda, pues consumir es lo de hoy. Entonces me pregunto: ¿por qué no consumir palabras, frases y secretos plasmados en un papel? No, qué aburrido, al diablo con la creatividad, mejor hay que ver la última película hollywoodense con la historia del “... y vivieron felices por siempre”, aunque ese “siempre” caduque en poco tiempo.
Un globo, un CD, un peluche, una tarjeta... qué más da, muchas veces se trata sólo de disfraces para exteriorizar un sentimiento, aunque interiormente esté plagado de un vacío que, sin saber la explicación, nos hace suspirar... ¡Ah, esa pequeña cosa loca llamada amor!
A lo mejor se deberían de acordar de expresar lo que sientes por esa persona cada día que despiertas y sabes que lo siguies amando.
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