martes, 23 de abril de 2024

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafos y realidades. Eran tiempos de más papel y menos virtualidades, de una extraña emoción que invadía al abrir un diario y atestiguar la miscelánea de aconteceres fugaces labrados en páginas a color.

Justo en esos días, no recuerdo la fecha exacta, llegó a mis manos un texto que bastó para ejercer la espera continua de aquella columna escasa en complejos y ataduras, pero con exceso de franquezas y un particular toque de redacción cuyo estilo influyó, muy probablemente, en quien también hoy aquí escribe.

Ella, desde su puño y letra, sugería vivencias en un mundo distinto y distante al mío, ajeno a la autocensura, aunque siempre con una cuota honesta de entusiasmo que contagiaba con sus palabras. Yo, desde la persecución de cada ejemplar donde publicaba, atribuía a sus párrafos una extraña dosis de algarabía personal como pocas veces tenía.

Un mes de junio, recuerdo la fecha exacta, desde mi trinchera y hasta su territorio virtual me atreví a escribirle un poco de lo que me inspiraba. Fueron escasas líneas indiferentes a fingimientos y apariencias, justo como su estilo reflejaba y empezaba a hacerlo con el mío. Sin esperarlo, hubo respuesta: la necesaria para arrebatarme una sonrisa. Algunos años después, por decisión propia y fiel a sus convicciones, ella se retiró del medio y heredó un recuerdo que hoy hago presente.

“Decidí jubilar los protocolos. Renuncio a toda clase de simulacros. Quiero vivir sin tintes, maquillajes ni persianas”, escribió antes de irse. Y así me quedó la fugacidad del tiempo donde repasaba sus anécdotas convertidas en fortalezas y fragilidades, en emociones y tristezas.

“Mientras la vida te dé para continuar haciendo lo que te plazca y de rebote nos desprenda una sonrisa o mínima reflexión, yo estaré agradecido por ello”, fue un fragmento que le escribí en aquel texto. Después le perdí la pista y hoy deseo, desde su recuerdo que reconforta, que sus andanzas vayan por buenos pasos, los que ella siempre quiso y seguramente cumplió.

Así, a manera de postdata, su breve respuesta tras el cúmulo de letras que a menudo me regalaba, hoy se suma un poco a la forma de quien soy cuando me enfrento a la hoja en blanco:

“Me consta que no es tan fácil escribir un rollito que sea agradable leer y esté bien redactado. Hacerlo divertido ya es boleto aparte, pero encontrar en estos mundos un cabrón que te regale un rato leyendo algo con buena ortografía, no tiene precio.

Gracias amigo, por tus palabras sin adjetivos ni garigoleos, pero con buena vibra pa’ una oveja descarriada con vocación de no sé qué”.

Y entonces Fernanda partió.

martes, 4 de enero de 2022

Ven a Donceles

 “Y es así como las historias de terror sólo existen en la imaginación”, dijo para cerrar el evento de lecturas aquella noche frente al grupo de asistentes.

 

—Ven a Donceles —se escuchó una voz desde el fondo de la sala.

 

Tras el breve comentario, varios se miraron unos a otros, entre confundidos y curiosos.

 

—Ahí te esperan los fantasmas, verás que no es cuento —lanzó un segundo reto.

 

—Claro, me encantaría conocerlos.

 

—Pues cuando quieras, pregunta por Miguel, nomás no vayas a espantarte.

 

—¿Ahorita podría ser? A estas horas seguro encontraremos a más de uno —respondió apresurado para tratar de continuar la charla.

 

—¿Y quién dijo que los fantasmas sólo se aparecen de noche? —cuestionó aquel hombre de abrigo y sombrero mientras se levantaba de su lugar para retirarse del recinto.

 

Arrastrado por la curiosidad, al día siguiente Alex recorrió la zona durante horas sin saber qué encontrar y sólo se vio rodeado por una multitud de gente que iba y venía entre las calles aledañas al Zócalo. Observaba con detenimiento cada edificio y fachada; nada extraño en medio de aquel bullicio citadino. De repente, un detalle llamó su atención: una placa colocada sobre una puerta. Ahí, apenas legible, se distinguía la palabra DONCELES, pero no tenía número. Se acercó y tocó el picaporte que se veía tan antiguo como la puerta misma.

 

—Diga —se escuchó a través de una rejilla que sólo dejaba ver los ojos de una persona.

 

—Buenas noches, busco a Miguel, me dijeron que…

 

—Él ya no vive aquí. ¿Para qué lo quiere? –interrumpió aquella voz.

 

—En realidad no lo sé, sólo me dieron esta dirección y que aquí podrían decirme más sobre leyendas y fantasmas. Mire, me presento, soy…

 

—Sí, ya sé quién es usted —interrumpió nuevamente—, pase.

 

La puerta se abrió y la oscuridad que reinaba en el interior de repente se iluminó con la luz de un candelabro que colgaba del techo. Aquello parecía una librería con estantes llenos de viejos ejemplares junto a las paredes y mesas centrales con textos apilados en desorden.

 

—Ese Miguel que no descansa —susurró.

 

—¿Disculpe? —reaccionó Alex sorprendido.

 

—Nada, que Miguel ya viene poco por aquí. A veces se aparece, pero sólo para espantar a la gente con sus historias. Aunque unos dicen que no son cuentos, sino cosas reales que sucedieron en estos rumbos.

 

—¿Y sabe cuándo podría verlo? Es que estamos dando unas lecturas sobre leyendas aquí cerca y me parece buena idea que nos cuente sus historias, deben ser muy interesantes.

 

—No creo que quieran verlo, desde que le pasó lo que le pasó ya no es el mismo. Pero puedo ayudarle, acá tengo algo que podría servirle.

 

Lo llevó a través de una escalera hacia un pequeño sótano y encendió una luz tenue que apenas dejaba ver lo que ahí había: un escritorio con pocos libros perfectamente ordenados.

 

—Es este —tomó uno, comenzó a hojearlo y se detuvo en una página—. Aquí, esta es la historia que nadie cree, pero pocos sabemos que es verdad.

 

—Me interesa. ¿Cuánto cuesta?

 

—No, ya no está a la venta. Este ejemplar es el único que queda y aquí lo resguardamos.

 

—¿Al menos podría leer la historia? Para conocerla y compartirla después.

 

—No es necesario, yo se la cuento —respondió el hombre con una extraña sonrisa mientras extendía un viejo mapa sobre el escritorio.

 

Con un dedo señaló el lugar donde se encontraban en ese momento, justo en la calle Donceles, y comenzó a trazar un recorrido para explicar la historia.

 

—Caminaba desde aquí hasta llegar a lo que hoy es el Eje Central, daba vuelta hacia Madero y en el Zócalo nuevamente regresaba. Este cuadrante era suyo, todas las noches en estas calles hacía sus rondas para vigilar y encender los faroles que apenas iluminaban la zona. Pero una noche, justo aquí —señaló en el mapa una esquina de la calle Madero—, lo mataron para robarle y al otro día encontraron su cuerpo donde hoy está el templo. Nunca dieron con los responsables.

 

—Qué buena historia, aunque no la había escuchado.

 

—Es que es casi nadie la conoce. Miguel no se la cuenta a cualquiera.

 

—¿Cómo dice?

 

—Así es, en las noches de luna como esta, él regresa a rezar por su alma y llevarse a quienes se cruzan en su camino, pensando que son aquellos que lo mataron. Pena por estos rumbos, le decían “el farolero” y su andar lastimero empieza aquí —señaló nuevamente otro punto en el mapa.

 

—¿Aquí? Pero es justo donde estamos, en este sitio —respondió Alex con una sonrisa nerviosa.

 

—Sí y también deberías rezar por tu alma, porque Miguel no es una leyenda, está frente a ti —respondió con voz ultraterrena mientras lo veía fijamente con una mirada rojiza.

 

Una densa oscuridad llenó el lugar y un grito ahogado fue lo último que sucedió ahí sin testigo alguno.

viernes, 24 de diciembre de 2021

El tour del contagio 2.0

 

 

¡Bienvenidos al bailongo navideño! Una experiencia más para la gente valemadrista que sobrevivió a la primera temporada de este tour, aquella donde una pirámide acartonada reunió a cientos de almas que arriesgaron su vida en nombre del populismo que los mantiene embobados pero felices, aseguran ellos.

¡A la chingada los cuidados! Aquí Ómicron, Delta y sus comadres se dan un quién vive con Pfizer, Aztra y sus camaradas. Olvídense del invierno y la pandemia; hagan de cuenta que nada de eso existe y lo de hoy es entrarle a la verbena, al zapateado y al rezo para que la contagiadera no se propague más. 

En la pista número 1, el mambo; en la 2, el tango y en la 3, la tumba: ustedes eligen para cuál sacar boleto. Pásenle que es gratis, agarren a su pareja que pa' luego es tarde, nomás luego no se quejen de que el bicho se apoderó de ustedes.

En la temporada 1 fue el tlatoani mayor quien lanzó la invitación al Mictlán y ahora es su fiel seguidora que anda haciendo méritos para la silla grande en un par de años la que invita al Zócalo. Así andamos, pues, con la responsabilidad de unos y otros; con la mesura en el olvido, la precaución en la lejanía y el virus con un festín en sus manos.

Ni el California Dancing Club en sus mejores tiempos reunió a tanta gente. Hoy, al "Califas" seguramente le corroe la envidia ante tal convocatoria de bailadores extasiados de luces y parafernalia, pues ya quisiera tenerlos en su pista al ritmo de uno, dos, vuelta.

Y ya no le sigo o me tildarán de aguafiestas, pero la neta yo sí quiero llegar a cargar a los peregrinos este año y muchos más. Además, dicho sea de paso, yo ni bailo, soy el ahuehuete personificado, un tronco digno de trofeo. Punto a mi favor por esta ocasión para evitar las ganas de ir a tirar la polilla.

Así las cosas, por hoy me despido con un saludo-ludo-ludo para toda la raza que disfruta andar ahí sacando sus mejores pasos. Que la vacuna y sus deidades los protejan. ¡Nos vemos en el próximo tour, amigos!

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafo...