lunes, 8 de septiembre de 2025

Septiembre

Habrá que recurrir nuevamente a la estrategia salvadora de letras acuñadas para casos de emergencia. Frases a granel disfrazadas de dardos al corazón, verdades impostoras que toman por asalto a la otrora felicidad y nudos de garganta no resueltos. El coctel presume sobrada sensatez: Sastre y Beigbeder para comenzar el viaje con la frente en alto y el alma en el abismo, con ese ruido interior provocado por el silencio y el distante color de su mirada perpetuado en la memoria.

Unas páginas al azar bastan para irse de bruces y después de ellas, la insensatez. La retahíla de palabras se inaugura y la frente el alto empieza a diluirse.

Quererte fue como apostar
al riesgo más alto
con todos los ases sobre la mesa
y las mangas vacías,
cruzar la carretera
con el semáforo en rojo
y los ojos cerrados,
escribir poemas
que nunca saldrán a la luz
 
"Elvira en ocasiones se muestra sin piedad", piensan mis pupilas tambaleantes. 
 
La poesía no salva, solo da un sentido a las heridas
 
"Suficiente con ella, derrumbarme así no era el plan", me digo en voz baja.
 
Y es que cuando la fragilidad asalta, hasta los recuerdos se vuelven enemigos. Inventar explicaciones podría surtir efecto, pero al final la realidad inevitable aterriza contundente. Entre sombras y apariencias, la madrugada le resta horas al sueño y le suma inmensidad al vacío. Camino por la oscuridad de inagotables avenidas y encuentro un nuevo deporte favorito: patear charcos para ver si pueden salpicarme un poco de olvido. Inútil resultó cualquier intento, excepto el de regresar a casa.
 
¿De qué sirve pasarse toda la noche huyendo de ti mismo si, al final, consigues darte alcance en tu propio domicilio?
 
Beigbeder hace así su aparición, fiel a su irónico estilo de incomodar con franqueza en extremo y acidez única. Hace tiempo, seguramente años, no acudía a sus páginas que desprendían risas nerviosas al verme reflejado en sus párrafos que significaban una dosis de alivio a mi desorden, o viceversa.
 
El amor es una catástrofe espléndida: saber que te vas a estrellar contra una pared, y acelerar a pesar de todo: correr en pos de tu propio desastre con una sonrisa en los labios; esperar con curiosidad el momento en que todo se va a ir al carajo.
 
Entonces llega el momento de la sinceridad irrevocable, del desafío lanzado por los recuerdos, del desarme frente al espejo, del llanto contenido que pone fin a su letargo. En medio del laberinto cimentado sobre el caos, la fortaleza que presumía baja la guardia ante la confusión que invade: naveguemos, pues, con bandera fugaz de la coherencia.
 
Buscaba un reto, una experiencia, una prueba que pudiera transformarme, por desgracia, mis deseos se vieron saciados más allá de mis expectativas.
 
Y quien diga que esto jamás le ha pasado, es porque algún día le sucederá. No existe mayor mentira que saberse inmune a las debilidades; no hay blindaje absoluto ni receta para aliviar la incertidumbre. Minutos van, minutos ya no vienen. La madrugada es sinónimo de brutal honestidad que inmoviliza y pone en jaque a la razón. Incalculables ocasiones desfilan frente a mí para encontrar respuestas, pero con cada una sólo se multiplican las interrogantes.
 
Y así ando ahora,
dando traspiés con un solo pie;
haciendo todo a medias
desde ti;
balanceándome inerte
entre tantos recuerdos
que te juro que aún rememoro
cómo era eso de sentir,
es decir,
de besarte;
paseando, tan torpe,
entre tu nombre
y mis heridas
 
Mantenerse a la deriva es un ejercicio de aceptación o de confusión, no lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es de que mi voluntad, hoy distante y minimizada, me pide nadar hacia la orilla. Dicen que el tiempo cura todo, pero qué se hace mientras está en pausa.

martes, 23 de abril de 2024

Siempre

Solía amortiguar la rutina en mi trinchera de letras que almacenaba en este rincón electrónico desde donde malabareaba con frases, párrafos y realidades. Eran tiempos de más papel y menos virtualidades, de una extraña emoción que invadía al abrir un diario y atestiguar la miscelánea de aconteceres fugaces labrados en páginas a color.

Justo en esos días, no recuerdo la fecha exacta, llegó a mis manos un texto que bastó para ejercer la espera continua de aquella columna escasa en complejos y ataduras, pero con exceso de franquezas y un particular toque de redacción cuyo estilo influyó, muy probablemente, en quien también hoy aquí escribe.

Ella, desde su puño y letra, sugería vivencias en un mundo distinto y distante al mío, ajeno a la autocensura, aunque siempre con una cuota honesta de entusiasmo que contagiaba con sus palabras. Yo, desde la persecución de cada ejemplar donde publicaba, atribuía a sus párrafos una extraña dosis de algarabía personal como pocas veces tenía.

Un mes de junio, recuerdo la fecha exacta, desde mi trinchera y hasta su territorio virtual me atreví a escribirle un poco de lo que me inspiraba. Fueron escasas líneas indiferentes a fingimientos y apariencias, justo como su estilo reflejaba y empezaba a hacerlo con el mío. Sin esperarlo, hubo respuesta: la necesaria para arrebatarme una sonrisa. Algunos años después, por decisión propia y fiel a sus convicciones, ella se retiró del medio y heredó un recuerdo que hoy hago presente.

“Decidí jubilar los protocolos. Renuncio a toda clase de simulacros. Quiero vivir sin tintes, maquillajes ni persianas”, escribió antes de irse. Y así me quedó la fugacidad del tiempo donde repasaba sus anécdotas convertidas en fortalezas y fragilidades, en emociones y tristezas.

“Mientras la vida te dé para continuar haciendo lo que te plazca y de rebote nos desprenda una sonrisa o mínima reflexión, yo estaré agradecido por ello”, fue un fragmento que le escribí en aquel texto. Después le perdí la pista y hoy deseo, desde su recuerdo que reconforta, que sus andanzas vayan por buenos pasos, los que ella siempre quiso y seguramente cumplió.

Así, a manera de postdata, su breve respuesta tras el cúmulo de letras que a menudo me regalaba, hoy se suma un poco a la forma de quien soy cuando me enfrento a la hoja en blanco:

“Me consta que no es tan fácil escribir un rollito que sea agradable leer y esté bien redactado. Hacerlo divertido ya es boleto aparte, pero encontrar en estos mundos un cabrón que te regale un rato leyendo algo con buena ortografía, no tiene precio.

Gracias amigo, por tus palabras sin adjetivos ni garigoleos, pero con buena vibra pa’ una oveja descarriada con vocación de no sé qué”.

Y entonces Fernanda partió.

martes, 4 de enero de 2022

Ven a Donceles

 “Y es así como las historias de terror sólo existen en la imaginación”, dijo para cerrar el evento de lecturas aquella noche frente al grupo de asistentes.

 

—Ven a Donceles —se escuchó una voz desde el fondo de la sala.

 

Tras el breve comentario, varios se miraron unos a otros, entre confundidos y curiosos.

 

—Ahí te esperan los fantasmas, verás que no es cuento —lanzó un segundo reto.

 

—Claro, me encantaría conocerlos.

 

—Pues cuando quieras, pregunta por Miguel, nomás no vayas a espantarte.

 

—¿Ahorita podría ser? A estas horas seguro encontraremos a más de uno —respondió apresurado para tratar de continuar la charla.

 

—¿Y quién dijo que los fantasmas sólo se aparecen de noche? —cuestionó aquel hombre de abrigo y sombrero mientras se levantaba de su lugar para retirarse del recinto.

 

Arrastrado por la curiosidad, al día siguiente Alex recorrió la zona durante horas sin saber qué encontrar y sólo se vio rodeado por una multitud de gente que iba y venía entre las calles aledañas al Zócalo. Observaba con detenimiento cada edificio y fachada; nada extraño en medio de aquel bullicio citadino. De repente, un detalle llamó su atención: una placa colocada sobre una puerta. Ahí, apenas legible, se distinguía la palabra DONCELES, pero no tenía número. Se acercó y tocó el picaporte que se veía tan antiguo como la puerta misma.

 

—Diga —se escuchó a través de una rejilla que sólo dejaba ver los ojos de una persona.

 

—Buenas noches, busco a Miguel, me dijeron que…

 

—Él ya no vive aquí. ¿Para qué lo quiere? –interrumpió aquella voz.

 

—En realidad no lo sé, sólo me dieron esta dirección y que aquí podrían decirme más sobre leyendas y fantasmas. Mire, me presento, soy…

 

—Sí, ya sé quién es usted —interrumpió nuevamente—, pase.

 

La puerta se abrió y la oscuridad que reinaba en el interior de repente se iluminó con la luz de un candelabro que colgaba del techo. Aquello parecía una librería con estantes llenos de viejos ejemplares junto a las paredes y mesas centrales con textos apilados en desorden.

 

—Ese Miguel que no descansa —susurró.

 

—¿Disculpe? —reaccionó Alex sorprendido.

 

—Nada, que Miguel ya viene poco por aquí. A veces se aparece, pero sólo para espantar a la gente con sus historias. Aunque unos dicen que no son cuentos, sino cosas reales que sucedieron en estos rumbos.

 

—¿Y sabe cuándo podría verlo? Es que estamos dando unas lecturas sobre leyendas aquí cerca y me parece buena idea que nos cuente sus historias, deben ser muy interesantes.

 

—No creo que quieran verlo, desde que le pasó lo que le pasó ya no es el mismo. Pero puedo ayudarle, acá tengo algo que podría servirle.

 

Lo llevó a través de una escalera hacia un pequeño sótano y encendió una luz tenue que apenas dejaba ver lo que ahí había: un escritorio con pocos libros perfectamente ordenados.

 

—Es este —tomó uno, comenzó a hojearlo y se detuvo en una página—. Aquí, esta es la historia que nadie cree, pero pocos sabemos que es verdad.

 

—Me interesa. ¿Cuánto cuesta?

 

—No, ya no está a la venta. Este ejemplar es el único que queda y aquí lo resguardamos.

 

—¿Al menos podría leer la historia? Para conocerla y compartirla después.

 

—No es necesario, yo se la cuento —respondió el hombre con una extraña sonrisa mientras extendía un viejo mapa sobre el escritorio.

 

Con un dedo señaló el lugar donde se encontraban en ese momento, justo en la calle Donceles, y comenzó a trazar un recorrido para explicar la historia.

 

—Caminaba desde aquí hasta llegar a lo que hoy es el Eje Central, daba vuelta hacia Madero y en el Zócalo nuevamente regresaba. Este cuadrante era suyo, todas las noches en estas calles hacía sus rondas para vigilar y encender los faroles que apenas iluminaban la zona. Pero una noche, justo aquí —señaló en el mapa una esquina de la calle Madero—, lo mataron para robarle y al otro día encontraron su cuerpo donde hoy está el templo. Nunca dieron con los responsables.

 

—Qué buena historia, aunque no la había escuchado.

 

—Es que es casi nadie la conoce. Miguel no se la cuenta a cualquiera.

 

—¿Cómo dice?

 

—Así es, en las noches de luna como esta, él regresa a rezar por su alma y llevarse a quienes se cruzan en su camino, pensando que son aquellos que lo mataron. Pena por estos rumbos, le decían “el farolero” y su andar lastimero empieza aquí —señaló nuevamente otro punto en el mapa.

 

—¿Aquí? Pero es justo donde estamos, en este sitio —respondió Alex con una sonrisa nerviosa.

 

—Sí y también deberías rezar por tu alma, porque Miguel no es una leyenda, está frente a ti —respondió con voz ultraterrena mientras lo veía fijamente con una mirada rojiza.

 

Una densa oscuridad llenó el lugar y un grito ahogado fue lo último que sucedió ahí sin testigo alguno.

viernes, 24 de diciembre de 2021

El tour del contagio 2.0

 

 

¡Bienvenidos al bailongo navideño! Una experiencia más para la gente valemadrista que sobrevivió a la primera temporada de este tour, aquella donde una pirámide acartonada reunió a cientos de almas que arriesgaron su vida en nombre del populismo que los mantiene embobados pero felices, aseguran ellos.

¡A la chingada los cuidados! Aquí Ómicron, Delta y sus comadres se dan un quién vive con Pfizer, Aztra y sus camaradas. Olvídense del invierno y la pandemia; hagan de cuenta que nada de eso existe y lo de hoy es entrarle a la verbena, al zapateado y al rezo para que la contagiadera no se propague más. 

En la pista número 1, el mambo; en la 2, el tango y en la 3, la tumba: ustedes eligen para cuál sacar boleto. Pásenle que es gratis, agarren a su pareja que pa' luego es tarde, nomás luego no se quejen de que el bicho se apoderó de ustedes.

En la temporada 1 fue el tlatoani mayor quien lanzó la invitación al Mictlán y ahora es su fiel seguidora que anda haciendo méritos para la silla grande en un par de años la que invita al Zócalo. Así andamos, pues, con la responsabilidad de unos y otros; con la mesura en el olvido, la precaución en la lejanía y el virus con un festín en sus manos.

Ni el California Dancing Club en sus mejores tiempos reunió a tanta gente. Hoy, al "Califas" seguramente le corroe la envidia ante tal convocatoria de bailadores extasiados de luces y parafernalia, pues ya quisiera tenerlos en su pista al ritmo de uno, dos, vuelta.

Y ya no le sigo o me tildarán de aguafiestas, pero la neta yo sí quiero llegar a cargar a los peregrinos este año y muchos más. Además, dicho sea de paso, yo ni bailo, soy el ahuehuete personificado, un tronco digno de trofeo. Punto a mi favor por esta ocasión para evitar las ganas de ir a tirar la polilla.

Así las cosas, por hoy me despido con un saludo-ludo-ludo para toda la raza que disfruta andar ahí sacando sus mejores pasos. Que la vacuna y sus deidades los protejan. ¡Nos vemos en el próximo tour, amigos!

Septiembre

Habrá que recurrir nuevamente a la estrategia salvadora de letras acuñadas para casos de emergencia. Frases a granel disfrazadas de dardos a...