Habrá que recurrir nuevamente a la estrategia salvadora de letras acuñadas para casos de emergencia. Frases a granel disfrazadas de dardos al corazón, verdades impostoras que toman por asalto a la otrora felicidad y nudos de garganta no resueltos. El coctel presume sobrada sensatez: Sastre y Beigbeder para comenzar el viaje con la frente en alto y el alma en el abismo, con ese ruido interior provocado por el silencio y el distante color de su mirada perpetuado en la memoria.
Unas páginas al azar bastan para irse de bruces y después de ellas, la insensatez. La retahíla de palabras se inaugura y la frente el alto empieza a diluirse.
Quererte fue como apostar
al riesgo más alto
con todos los ases sobre la mesa
y las mangas vacías,
cruzar la carretera
con el semáforo en rojo
y los ojos cerrados,
escribir poemas
que nunca saldrán a la luz
"Elvira en ocasiones se muestra sin piedad", piensan mis pupilas tambaleantes.
La poesía no salva, solo da un sentido a las heridas
"Suficiente con ella, derrumbarme así no era el plan", me digo en voz baja.
Y es que cuando la fragilidad asalta, hasta los recuerdos se vuelven enemigos. Inventar explicaciones podría surtir efecto, pero al final la realidad inevitable aterriza contundente. Entre sombras y apariencias, la madrugada le resta horas al sueño y le suma inmensidad al vacío. Camino por la oscuridad de inagotables avenidas y encuentro un nuevo deporte favorito: patear charcos para ver si pueden salpicarme un poco de olvido. Inútil resultó cualquier intento, excepto el de regresar a casa.
¿De qué sirve pasarse toda la noche huyendo de ti mismo si, al final, consigues darte alcance en tu propio domicilio?
Beigbeder hace así su aparición, fiel a su irónico estilo de incomodar con franqueza en extremo y acidez única. Hace tiempo, seguramente años, no acudía a sus páginas que desprendían risas nerviosas al verme reflejado en sus párrafos que significaban una dosis de alivio a mi desorden, o viceversa.
El amor es una catástrofe espléndida: saber que te vas a estrellar contra una pared, y acelerar a pesar de todo: correr en pos de tu propio desastre con una sonrisa en los labios; esperar con curiosidad el momento en que todo se va a ir al carajo.
Entonces llega el momento de la sinceridad irrevocable, del desafío lanzado por los recuerdos, del desarme frente al espejo, del llanto contenido que pone fin a su letargo. En medio del laberinto cimentado sobre el caos, la fortaleza que presumía baja la guardia ante la confusión que invade: naveguemos, pues, con bandera fugaz de la coherencia.
Buscaba un reto, una experiencia, una prueba que pudiera transformarme, por desgracia, mis deseos se vieron saciados más allá de mis expectativas.
Y quien diga que esto jamás le ha pasado, es porque algún día le sucederá. No existe mayor mentira que saberse inmune a las debilidades; no hay blindaje absoluto ni receta para aliviar la incertidumbre. Minutos van, minutos ya no vienen. La madrugada es sinónimo de brutal honestidad que inmoviliza y pone en jaque a la razón. Incalculables ocasiones desfilan frente a mí para encontrar respuestas, pero con cada una sólo se multiplican las interrogantes.
Y así ando ahora,
dando traspiés con un solo pie;
haciendo todo a medias
desde ti;
balanceándome inerte
entre tantos recuerdos
que te juro que aún rememoro
cómo era eso de sentir,
es decir,
de besarte;
paseando, tan torpe,
entre tu nombre
y mis heridas
Mantenerse a la deriva es un ejercicio de aceptación o de confusión, no lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es de que mi voluntad, hoy distante y minimizada, me pide nadar hacia la orilla. Dicen que el tiempo cura todo, pero qué se hace mientras está en pausa.
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